Pampa Inmortal

Justicia para Amaru

Salustio Godoy

10/3/20253 min leer

En un pequeño pueblo fronterizo, de largas distancias, polvo y tierra seca, viven 77 habitantes que aman a su pueblo, su meca. Sobrevivientes de nacimiento, baten sus destinos contra el inclemente clima extremo del norte supremo, en el desierto más árido del mundo que de vientos es un desfile hacen patria en nombre de Chile.

Maximiliana es una de ellas, una anciana sabia y querendona, una maestra de la tierra y madre consoladora, ella como muchos de animales vivía, la tierra seca que agua ansía y la vida batallaba día a día.

Cerca de la frontera, el pueblo sufría con la oleada de inmigrantes que sus lares recorría, centenares de gentes desfilaban por sus calles y entre limosnas y maldades golpeaban a sus valles.

Ella no podía ser indiferente al sufrir de estas gentes y cuando con niños venían, ella amorosa los recibía, los alimentaba y cargaba de bendiciones para seguir su travesía.

Un mal día dos hombres a su casa llegaron, ella como siempre los recibió sonriente y cuando entraron, sintieron un aire caliente. Estos hombres desconfiados cuál zorro del desierto, entraron mirando las murallas de barro recubierto, buscando alguna amenaza o beneficio al descubierto.

Amorosa les sirvió el desayuno: huevos frescos, queso de cabra y pan de trigo a cada uno, un agua caliente de hoja de coca para recuperar fuerzas y sentirse como una roca.

—Venga mi hijito, no tema, necesita comer— les invita con voz cansada y raposa, con tintes de amor desinteresado y añosa.

—Gracias mamita— dice el más moreno de los dos, con los ojos tristes, ocultándose de Dios, con cara tosca y robusta, cejas prominentes y nariz adusta.

El otro hombre más pequeño y delgado, se sentó sin decir nada, de comida parecía atragantado, con su colega panes en los bolsillos guardaron y por terminar se apresuraron. Ella los miró y se alegró, se dirigió unos pasos más allá y a la cocina se acercó.

—Oye, Jackson, la viejita plata tiene, mire usted esto nos conviene— le dice el hombre delgado, su blanco rostro de mugre estaba tiznado, su cabello mucho polvo traía y su mirada reflejaba desesperanza por la travesía.

—No se le ocurra a usted gonorrea, a la mamita me la deja tranquila y no me la aporrea— responde bajando la voz, sentado al lado de su colega, mirando la espalda de la vieja y sobre ella un cuadro de Dios.

—Que tiene plata, si no lo hace usted, yo lo haré, no sea rata— dice el hombre delgado y tomando un cuchillo muy grande que en la mesa había dejado, con el que ella el queso había cortado, se levantó en silencio y camino encorvado, la suerte de la anciana ya se había echado. Jackson, entendiendo que la oportunidad era única, pues había visto las joyas que ella cargaba y la cantidad de alimentos que en la cocina guardaba, se levantó en silencio y la pistola que traía a la espalda de ella apuntaba.

—No se preocupe mijito, yo sé que están necesitados, pero no olvide que sus destinos ya están atados— dice tranquila, sin voltear, ambos hombres se sobresaltaron y a su anfitriona decidieron matar. Ella giró y la cara les dio, ambos quedaron pasmados y sus almas confundió. La cara de la anciana había cambiado, en sabiduría y poder se había transformado y ellos la miraron aterrorizados.

—Perdón mamita, pero tengo que matarla— dijo Jackson tratando de poder olvidarla, arrastrando su pasado y cargando todo en lo que se había transformado.

—Mijo no me puede matar, de este mundo ya he partido y esa bala en vano no la ha de gastar, créame yo se lo digo— diciendo esto el cuerpo de la anciana se iluminó, como Inti que en el cielo gana y en la tierra seca camino, la pequeña habitación con sones del norte retumbo y luego de este gran estallido de luz y sonido ella desapareció.

Jackson quedo atónito, en su cara se plasmaba el terror y de inmediato se arrepintió de su error, su cuerpo no se podía mover y sus ojos no lo podrían creer. Allí inmóvil vio como su delgado compañero corría de lado a lado de su cordura extranjero, horrorizado y desenfrenado, entre gritos y saltos lo miro y, cuchillo en mano a Jackson, se dirigió.

Un silente disparo en la pampa sonó y así la vida del flaco emigrante se terminó.